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Voces disonantes: el valor de lo diferente

¿Cuántas veces hemos ignorado voces porque son diferentes a las nuestras?

October 07, 2020

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A lo largo de los años la acción de escuchar ha tomado un valor impensable para nosotros como sociedad. Tener la voluntad de entender genuinamente la posición del otro, día por día puede tener la importancia de evitar conflictos e, incluso, acabar guerras. ¿Cuántas veces hemos ignorado voces porque son diferentes a las nuestras? Colombia puede ser un gran ejemplo de los resultados de no tener en cuenta voces que, desde la creación del concepto de sociedad, se han vuelto invisibles para  muchos. Y dentro de ella también hay ejemplos de personas haciendo exactamente lo contrario. 

Colombia es un país muy rico en gran medida por su gente y la diversidad que en ella se encuentra. Comunidades indígenas, raizales, afrocolombianos y rom, son solo una parte de esa gran riqueza que en ocasiones no ha sido entendida, llegando a ser ignorada. Concientizarse de estas dinámicas no se logra sin tener la oportunidad de conocer cómo es la vida de quienes día a día sienten que no pertenecen o no son tan valiosos para ser tomados en cuenta. María del Pilar Rodríguez, Cohorte 2020, quien reside en Bogotá, al tener la experiencia de compartir con varias comunidades étnicas en el país se dio cuenta de ello y, a través de Awana Taller, se trazó como objetivo visibilizar a las comunidades indígenas artesanas de Colombia, como los Wayúu en la Guajira; los Kamëntsá, en el Putumayo y los Emberá-Chamí en Risaralda. Su pasión por la transformación social, que inició desde que se dio cuenta de la disparidad en el país a comienzos de su vida laboral, la hizo emprender una búsqueda para aportar soluciones que afronten la compleja realidad que viven cientos de indígenas en Colombia. “Con Awana Taller buscamos mejorar la calidad de vida de las comunidades con las que trabajamos, además de crear lazos para el reconocimiento de las tradiciones que tenemos en Colombia. Más allá de tener unas prácticas comerciales justas, buscamos crear y mantener relaciones a largo plazo, basadas en la confianza; algo muy importante que hay que hacer cuando se trabaja con comunidad es ir hasta allá, mirarlos a los ojos y contarles lo que uno quiere hacer… la solidaridad, el respeto y la honestidad son muy importantes al trabajar con personas a quienes en muchas ocasiones se les ha dejado sin protección, han sido víctimas del conflicto armado en el país o sus creencias y costumbres se han invisibilizado”. 

Que Colombia tenga tres cordilleras en su territorio le da una geografía privilegiada, sin mencionar sus mares y ríos, y es por eso que acceder a ciertas zonas del país se ha convertido en toda una travesía, reto que también enfrentan entidades del Estado. La Agencia de Renovación del Territorio (ART), entidad que implementa el primer punto de los Acuerdos de Paz, ha buscado la forma de llegar a esas veredas, pueblos y municipios más golpeados por el conflicto en el país, tratando de entender cuáles son sus necesidades en este momento y encontrar la forma más idónea de apoyarlos. Conversar con ellos y escuchar a qué es lo que se enfrentan en su diario vivir, es el trabajo de Walter Manrique, Fellow desde 2019, un administrador de empresas que pasó del sector privado al público apostándole a reconstruir esos  lazos de confianza con cada uno de los territorios para la transformación social que se construye allí: “empezar a tener un acercamiento mucho más profundo con las comunidades fue vital para entender sus perspectivas. Yo quería saber qué pensaba la gente de las obras que estábamos haciendo. En el pasado, íbamos y hacíamos las obras, pero nadie le preguntaba a la comunidad. Nadie le preguntaba a la gente si en algo les había cambiado la vida. Y así fue como preguntando y escuchando me di cuenta que lo que hacíamos sí valía la pena… En una de las reuniones en el Chocó con un grupo de mujeres, nos contaron que gracias a los arreglos de una vía ya no tenían que caminar 4 o 5 horas en medio del barro para poder llegar al casco urbano. Una obra como pavimentar un camino, permitió que se sintieran mucho más dignas, más bonitas, más mujeres… Al entender lo que hay detrás de esto, vi que el componente principal no era hacer una obra de cemento, ladrillo y varilla. Si no el impacto que nosotros estábamos generando en las vidas de las comunidades”.
 
Dentro de las mismas comunidades, donde no hay un factor externo y que en su mayoría, tienen un objetivo en común, realizar el ejercicio de escuchar también les ha costado y más cuando las voces vienen de los más jóvenes: “durante mucho tiempo nosotros, como productores de plátano, vendíamos nuestra cosecha individualmente. Sin embargo, con el tiempo y conversando, nos dimos cuenta que uniendo fuerzas y desde la asociatividad, lograríamos tener un mayor impacto en esas 150 vidas que están detrás de los miembros de la asociación”. Esta es la experiencia de Silfredo Fuentes Chiquillo, Fellow desde 2019, quien en su rol de joven rural en Moñitos, Córdoba, y tomando la voz de aquellos que ven en el campo colombiano un futuro prometedor, buscó comprender cuáles eran esas necesidades y oportunidades que tenían como empresarios del campo, dando paso a la creación de la Asociación de Pequeños Productores de la Comunidad de Membrillal, y visibilizar cómo pequeños grandes cambios pueden hacer la diferencia en la vida de los más de 30 productores que hacen parte de ella.
 
Silfredo Fuentes Chiquillo, Cohorte 2019


La multiculturalidad que habita en el país ha permitido que toda esa diversidad llegue hasta las ciudades, incluyendo su capital, Bogotá. Al ser un territorio donde el golpe de la guerra no tuvo un eco tan fuerte, la ciudad se convirtió en uno de los destinos para empezar una vida nueva. Sin embargo, en esta metrópoli, todavía existen voces que entre los carros y las grandes fábricas se fueron volviendo paisaje, a tal punto que la vulneración de sus derechos se volvió cotidiana y su forma de vivir fue condenada. Trabajadoras sexuales, habitantes de calles, personas que usan sustancias, comunidad LGTBI y quienes hacen de la calle su lugar de negocio, son por quienes Alejandro Lanz, Cohorte 2020, abogado capitalino que cansado de observar ese paisaje alza la voz a diario junto a su equipo en Temblores ONG.  “Recuerdo que mientras estaba haciendo mi práctica de la universidad, un camión de la policía se llevó a un grupo de trabajadoras sexuales y cómo una de ellas, en medio de toda la situación, me pidió que le tomara una foto y denunciara lo que ahí estaba pasando. Lo que más me impactó de ese momento, es que las personas que estaban allí, incluso el grupo de mujeres que se llevaban, ya habían normalizado la situación y hacía parte de su cotidianidad. Ahí me di cuenta de todo el trabajo que había por hacer”.

Querer entender una realidad diferente a la que cada quien vive, es lo que ha permitido que María del Pilar, Walter, Silfredo y Alejandro apoyen a sus comunidades, no desde lo que piensan que es mejor, sino con base en el resultado de la acción de escucharlos.

Reconstruir las relaciones rotas entre los diferentes miembros de la sociedad, es uno de los grandes retos a los que se están enfrentando en sus quehaceres miembros de la comunidad de Acumen. Llevar a la práctica las palabras de nuestro Manifiesto: ponernos del lado de la población más vulnerable y escuchar esas voces disonantes nunca oídas es lo que hace a una sociedad mucho más valiosa. Esa es una de las grandes apuestas del Programa de Fellows de Acumen y un prerrequisito para construir paz.

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