A lo largo de los años la acción de escuchar ha tomado un valor impensable para nosotros como sociedad. Tener la voluntad de entender genuinamente la posición del otro, día por día puede tener la importancia de evitar conflictos e, incluso, acabar guerras. ¿Cuántas veces hemos ignorado voces porque son diferentes a las nuestras? Colombia puede ser un gran ejemplo de los resultados de no tener en cuenta voces que, desde la creación del concepto de sociedad, se han vuelto invisibles para muchos. Y dentro de ella también hay ejemplos de personas haciendo exactamente lo contrario.
Colombia es un país muy rico en gran medida por su gente y la diversidad que en ella se encuentra. Comunidades indígenas, raizales, afrocolombianos y rom, son solo una parte de esa gran riqueza que en ocasiones no ha sido entendida, llegando a ser ignorada. Concientizarse de estas dinámicas no se logra sin tener la oportunidad de conocer cómo es la vida de quienes día a día sienten que no pertenecen o no son tan valiosos para ser tomados en cuenta. María del Pilar Rodríguez, Cohorte 2020, quien reside en Bogotá, al tener la experiencia de compartir con varias comunidades étnicas en el país se dio cuenta de ello y, a través de Awana Taller, se trazó como objetivo visibilizar a las comunidades indígenas artesanas de Colombia, como los Wayúu en la Guajira; los Kamëntsá, en el Putumayo y los Emberá-Chamí en Risaralda. Su pasión por la transformación social, que inició desde que se dio cuenta de la disparidad en el país a comienzos de su vida laboral, la hizo emprender una búsqueda para aportar soluciones que afronten la compleja realidad que viven cientos de indígenas en Colombia. “Con Awana Taller buscamos mejorar la calidad de vida de las comunidades con las que trabajamos, además de crear lazos para el reconocimiento de las tradiciones que tenemos en Colombia. Más allá de tener unas prácticas comerciales justas, buscamos crear y mantener relaciones a largo plazo, basadas en la confianza; algo muy importante que hay que hacer cuando se trabaja con comunidad es ir hasta allá, mirarlos a los ojos y contarles lo que uno quiere hacer… la solidaridad, el respeto y la honestidad son muy importantes al trabajar con personas a quienes en muchas ocasiones se les ha dejado sin protección, han sido víctimas del conflicto armado en el país o sus creencias y costumbres se han invisibilizado”.
La multiculturalidad que habita en el país ha permitido que toda esa diversidad llegue hasta las ciudades, incluyendo su capital, Bogotá. Al ser un territorio donde el golpe de la guerra no tuvo un eco tan fuerte, la ciudad se convirtió en uno de los destinos para empezar una vida nueva. Sin embargo, en esta metrópoli, todavía existen voces que entre los carros y las grandes fábricas se fueron volviendo paisaje, a tal punto que la vulneración de sus derechos se volvió cotidiana y su forma de vivir fue condenada. Trabajadoras sexuales, habitantes de calles, personas que usan sustancias, comunidad LGTBI y quienes hacen de la calle su lugar de negocio, son por quienes Alejandro Lanz, Cohorte 2020, abogado capitalino que cansado de observar ese paisaje alza la voz a diario junto a su equipo en Temblores ONG. “Recuerdo que mientras estaba haciendo mi práctica de la universidad, un camión de la policía se llevó a un grupo de trabajadoras sexuales y cómo una de ellas, en medio de toda la situación, me pidió que le tomara una foto y denunciara lo que ahí estaba pasando. Lo que más me impactó de ese momento, es que las personas que estaban allí, incluso el grupo de mujeres que se llevaban, ya habían normalizado la situación y hacía parte de su cotidianidad. Ahí me di cuenta de todo el trabajo que había por hacer”.
Querer entender una realidad diferente a la que cada quien vive, es lo que ha permitido que María del Pilar, Walter, Silfredo y Alejandro apoyen a sus comunidades, no desde lo que piensan que es mejor, sino con base en el resultado de la acción de escucharlos.
Reconstruir las relaciones rotas entre los diferentes miembros de la sociedad, es uno de los grandes retos a los que se están enfrentando en sus quehaceres miembros de la comunidad de Acumen. Llevar a la práctica las palabras de nuestro Manifiesto: ponernos del lado de la población más vulnerable y escuchar esas voces disonantes nunca oídas es lo que hace a una sociedad mucho más valiosa. Esa es una de las grandes apuestas del Programa de Fellows de Acumen y un prerrequisito para construir paz.
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